lunes, 29 de abril de 2013

Carpe Díem, reflexiones sobre la procrastinación durante los anuncios de Antena 3.

Un par de segundos. No necesitas mirar la pantalla más tiempo para querer ver el spot completo. Puede que anuncie algo interesante. Puede que  sea original, puede que sea gracioso, puede que sea nuevo y puede que sea tan viejo que quieres comprobar si te los sabes de memoria mientras piensas cuándo dejarán de repetirlo, pero esos dos segundos se convierten en veinte. Sí… ¿Para qué mirar un instante pudiendo mirar un anuncio? Bueno…y el principio del siguiente, y si es interesante, éste completo también. Y parte del siguiente. Así es como se pasa de  menos de dos segundos a más de dos minutos PERDIDOS. Dos minutos y pico. Lo que suele durar una canción, o un vídeo de youtube. De los cortitos. Claro, que ya que esperas a que cargue y a que te deje saltar la publi del principio…mejor ver uno de los largos. O dos cortos. Y si no te decides por el segundo debido a las casi infinitas sugerencias…mejor ver otros dos o tres más. Aunque sean largos. Más la publi. Y así se pasa de par de minutos a media hora.
Media hora…lo que dura, o duraba en mis tiempos, un recreo. Claro, que mientras vuelves a clase…y el profe pide silencio…y los alumnos obedecen… Habría que añadir otros diez. Y otros tanto por delante, ¿o soy el único que se pasaba el final de la última hora mirando el reloj? Y así es como se pierde una hora. O algo menos. Sí, una hora o algo menos, lo que en teoría va a durar la siestita después de comer. O lo que se tarda en limpiar la bandeja de Facebook, Tuenti, Twitter, Hotmail… O en mi caso, desmotivaciones. Claro que si no tienes nada(importante) que hacer…no pasa nada por echarle un par de horitas. Lo que dura una peli, más o menos. Y aunque algunas duran un poco más, son la cola de las palomitas y (o más bien “o”) los interminables intermedios los que hacen que ese tiempo se convierta en el doble.
Y ya son cuatro horas. El máximo tiempo que puedo aguantar estudiando, en un día “normal”, al menos. Si tenemos en cuenta que el rato que tardas en decidirte a empezar, y el rato que descansas al acabar, y compensamos añadiendo, más para acallar la conciencia que para otra cosa, el descanso para merendar… Se pierde una tarde. O una mañana. Y un día al que le quitas una mañana o una tarde, es un día que se ha volado.
Luego hay ciertas tareas que sí requieren todo un día. Sembrar patatas, por ejemplo, para dar un toque tan paletillo como mis orígenes. Pero no hay que ser de pueblo para entender que tras todo el día en la calle uno no pasa la noche dentro ordenando los sacos. Eso se deja para el día siguiente, como todas las cosas que duran desde la mañana hasta la noche. Y si lleva toda la mañana del día siguiente, pues dos días perdidos. Par de días, lo que tardarán en traerte el libro que encargaste, previo pago, por supuesto, o lo que van a durar las chapuzas de carpinteros, albañiles, fontaneros, cristaleros entre otros especímenes,  y que acaban alargándose una semana.
Una semana. Justo lo que tardará tu tía la gorda en ponerse a dieta. Pero a lo mejor espera a que pase el finde… por el arroz familiar del domingo, más que nada. Y los lunes…ya deprime bastante volver a empezar el trabajo, los horarios y las carreras como para empezar también a pasar hambre. Y si se le pasa el martes, pues podrá esperar una semana más, ¿no? Quince días, lo que tardaré en quedar con ese chico que (ya) no me cae bien o esa chica que (ya) no me gusta. Es que ahora estoy de exámenes y claro, no puedo. Aunque luego siempre coinciden fechas y dejan algunos para más tarde… Y tras los exámenes siempre hay planes mejores… Bueno, tampoco pasará nada si tardo un mes.
Lo que tardaré en ir a que me miren ese “ruidito raro” que del coche. O lo que tardaría si lo tuviera… Mejor lo que tardaré en cambiar mis zapas viejas. O en ponerme a estudiar en serio. Todos lo sabemos. Ese mes se duplicará, triplicará o incluso más. Tres meses. Un trimestre. Escolar, por ejemplo. Y si empiezas mal…pues lo dejas pasar hasta las recuperaciones en el siguiente. Claro, que puede que repitas. Y habrás perdido un año. Enterito.
Un año. Como cuando dejas ciertos planes para el verano siguiente. Y cuando te das cuentas, ha pasado el suficiente tiempo como para no poder hacerlo sin ir a la cárcel(maldita mayoría de edad…), tu amigo se ha mudado, o se separa el grupo sin que hayas ido ni a un concierto. Como hizo My chemical romance hace no mucho. Y esos dos o tres años se van, pero convertidos en seis o siete y llevándose primero tu infancia, y luego tu infancia. Y cuando te das cuenta, tienes veinte años y no has hecho nada. Y
 entonces piensas. Y te asustas. Me asusto, Me da miedo pensar que pueda cerrar los ojos un par de segundos y que al abrirlos tenga cuarenta años y mi vida sea como la de ahora. Y no es que sea una vida mala, pero tampoco especialmente buena. No es que sea vacía… Ni siquiera aburrida, aunque tampoco sea demasiado divertida. Es, simplemente, una vida. Normal. Demasiado normal. Y es que nada me asusta más que convertirme en alguien normal. Bueno. Sólo una cosa: dándome cuenta de que ya lo soy, el no cambiarlo. No existe algo que me asuste más (creo que es lo único que me asusta) que seguir siendo NORMAL. Y por eso pienso aprovechar, no cada par de segundos, sino cada fracción de segundo, porque… porque… Se acabaron los anuncios, me voy a ver los Simpsons.

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