viernes, 22 de febrero de 2013

Capítulo 4.

CAPÍTULO 4.
Nada de lo que le acababan de decir le sorprendía. Era evidente desde el principio quiénes eran, pero se había negado a verlo. No soportaba su situación actual, era cierto…pero tampoco le apetecía lo más mínimo volver a la guerra. Aunque en todo aquello, algo sonaba a operación especial divertida…emocionante…suicida. Sí, no podía estar tan mal. Pero mientras dudaba, y aunque no era necesario, pues estaba a punto de soltar el arma, la joven, apoyándose en la esquina del ascensor con las manos, le dio una patada en la cabeza con ambos pies que le hizo perder el sentido unos momentos más tarde. Unos momentos suficientes para ver como su pobre rehén caía degollado, desangrándose como un cerdo.
Despertó recostado de mala manera en la parte de atrás de una furgoneta, frente a la chica, que se estaba cambiando la ropa ensangrentada. Decidió esperar un poco para mostrarse consciente, pues no quería perderse semejante espectáculo. Su joven cuerpo era realmente hermoso, dudaba mucho de las palabras del que parecía ser su superior, era imposible que esa preciosidad hubiera estado en el frente como él, podría decirse que las vidas de ambos habían sido completamente diferentes. Y lo de “nada que perder”… puede que en eso sí coincidiera con ella, pero no con el suicida cuyo hermano había decidido limpiar su nombre arriesgando y perdiendo la vida. En todo aquello había algo que no encajaba, le ocultaban algo, estaba claro… ¿pero qué podía hacer él?
-Sé que estás despierto-dijo la que tenía toda la pinta de ser su futura compañera de armas mientras se metía otra ajustada camiseta. Era lo primero que le oía decir-. Abre los ojos  del todo, si te interesa puedes mirar cuánto quieras.
-¿Eh?-Se limitó a responder, haciendo como si acabara de despertarle.
-Total-continuó ella-ya te debo una patada desde que me miraste por la mirilla….
Y dicho esto, volvió a estirar repentinamente  ambas piernas hacia él, al tiempo que se ponía unos cortos pantalones. Esta vez no llegó a rozarle, y sus pies descalzos quedaron a escasos centímetros del pecho del chico, que, todavía algo aturdido, se estremeció de una forma exagerada, echándose hacia atrás bruscamente y chocando con la pared metálica de una forma bastante torpe.
-Joder con el veterano de guerra-soltó, entre risas-Anda, vístete… Ahí tienes algo de ropa, escoge lo que quieras… Pero recuerda que no debes llamar la atención, para este tipo de misiones hay que ir discretos.
Discretos. Acababa de decir que había que ir “discretos”. ¿Cómo era capaz de decir algo así? Ella llevaba unos cortísimos shorts que no dejaban nada a la imaginación, y una camiseta naranja fosforito, lo suficientemente ceñida como para hacer evidente que no llevaba nada debajo y cuyo estampado rezaba “teta izquierda” y  “teta derecha” en sendos círculos situados donde es obvio. 


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